21 ene 2012

Nuevos estereotipos para promover el ajuste


Los indignados acampados frente a la catedral
 de San Pablo, en Londres, una cara del problema.
Imagen: EFE
Detrás de la demonización de los chavs se esconde un forma de culpar a los pobres por ser pobres.


Las tres décadas de neoliberalismo marcaron el triunfo de un individualismo que hundió el sistema de valores solidarios de la clase trabajadora. En 1979 había siete millones de obreros británicos. Hoy hay dos millones y medio.

La demonización de la clase trabajadora británica tiene un acrónimo indescifrable: “Chavs”. Nadie sabe qué significa, pero en páginas webs, en programas televisivos y en análisis mediáticos populares o “serios” sirve para estigmatizar a jóvenes que viven en viviendas municipales y tienen un tipo específico de acento y aspecto físico. “En realidad es una manera oblicua de definir al conjunto de la clase trabajadora y responsabilizar a los pobres de ser pobres”, escribe Owen Jones, autor de Chavs, un libro clave sobre el tema. En medio de la actual crisis, la justificación cae al dedillo. La pobreza no se debe a los problemas de la economía sino a las fallas del propio individuo o de su familia: a los hogares dislocados, a la falta de ambición o inteligencia.

Las tres décadas de neoliberalismo, inauguradas por Margaret Thatcher con una drástica desindustrialización en los ’80, marcaron el triunfo de un individualismo que hundió el sistema de valores solidarios de la clase trabajadora. En 1979 había 7 millones de obreros con un fuerte peso de los mineros, portuarios y automotrices. Hoy, hay dos millones y medio, las minas han desaparecido y solo la empresa automotriz, en manos extranjeras, está creciendo.

En este vacío de identidad de una clase obrera en retirada surgen los “chavs”. Objeto de escarnio en la prensa o de burla en programas televisivos y cenas de clase media, los “chavs” son presentados como parásitos enquistados en el tejido social. Según el estereotipo son desempleados crónicos, adolescentes que se embarazan para acceder a los beneficios sociales por hijo, responsables del déficit fiscal y moral, virtuales delincuentes con un coeficiente de inteligencia por el suelo y una familia disfuncional. “Lo que llamábamos la respetable clase trabajadora prácticamente ha desaparecido. Hoy la clase trabajadora en realidad no trabaja para nada y está sostenida por el Estado de bienestar”, señala el comentarista conservador Simon Heffer.

El estereotipo ha ayudado a justificar el draconiano ajuste fiscal de la coalición conservadora-liberal demócrata que encabeza el primer ministro David Cameron, pero también ha servido de base para propuestas decimonónicas de limpieza social. En 2008 un concejal conservador, John Ward, llamó a la esterilización obligatoria de las personas que tuvieran un segundo o tercer hijo mientras cobraban beneficios sociales, medida apoyada con entusiasmo por los lectores del conservador Daily Mail escandalizados por “estos aprovechadores y sinvergüenzas que están hundiendo el país”.

La obsesión clasista y el estereotipo han llevado a confusiones cuasicómicas. En un panfleto para las elecciones de 2010, los conservadores aseguraron que en algunas zonas pobres, “el embarazo adolescente de menores de 18 años es de un 54 por ciento”. En realidad era un 5,4 por ciento, cifra que representaba una caída respecto a lo que sucedía durante el thatcherismo. En el departamento de prensa conservador nadie se percató del error tipográfico. A pesar de que estaba hablando de más de la mitad de las menores de 18 años de esas zonas, el fenómeno ya había sido naturalizado por el prejuicio.

Una de las curiosidades es que se usa el término “chavs” con certeza de concepto sociológico, a pesar de que nadie puede decir a ciencia cierta qué significa el acrónimo. El diccionario de Oxford por Internet define al “chav” como “un joven de clase baja, de conducta estridente y patoteril que usa ropas de marca, reales o imitadas”. Otro diccionario de 2005 los define como “joven de clase trabajadora que se viste con ropa deportiva”. Un mito popular lo hace pasar como “Council Housed and Violent” (violento que vive en casas municipales)

Esta vaguedad permite englobar a amplios sectores sociales. En un libro que va por la novena edición y vendió más de 100 mil ejemplares, The Little book of Chavs, se identifican los típicos trabajos “chavs”. La “chavette” –mujer chav– es una aprendiz de peluquería, limpiadora o camarera mientras que los hombres son guardias de seguridad o mecánicos y plomeros “cowboys” (chantas). Según el libro, “chavs” de ambos sexos suelen ser cajeros en los supermercados o empleados de hamburgueserías.

Esta tipificación laboral corre paralela a los cambios que ha vivido la clase trabajadora británica en los últimos 30 años. Hoy una cuarta parte de la fuerza laboral trabaja part time y más de un millón y medio se encuentra en empleos temporarios. El salario medio de unas 170 mil peluqueras (“chavettes”) está apenas por encima de la mitad del promedio salarial de la población, medida que define la línea de la pobreza en el Reino Unido. En ciudades que alguna vez giraron en torno de la actividad fabril o minera, los escasos trabajos que hay son en supermercados o farmacias. “No solo son trabajos más inseguros. Están mucho peor pagos. Cuando Rover quebró en Birmingham con la pérdida de 6500 puestos, el ingreso promedio que cobraron los que consiguieron trabajo era una quinta parte menos que lo que ganaban en la automotriz”, apunta Owen Jones.

La paradoja es que en una sociedad tan clasista como la británica, en la que el acento y la universidad (Oxford, Cambridge) define el futuro de una persona, conservadores y nuevos laboristas propagan el mito de que hoy todos los británicos son “clase media”, salvo esa pequeña subclase disfuncional y patológica a la que le falta ambición o fibra moral: los “chavs”. En 1910 Winston Churchill, entonces ministro del Interior del Partido Laborista, propuso la esterilización de más de 100 mil personas a las que consideraba “débiles mentales y degenerados morales” para salvar al país de la decadencia. Un siglo más tarde la decadencia sigue amenazando al Reino Unido, pero la fórmula es más “civilizada”: un estigma que niega la existencia y el significado social de la clase trabajadora.

Marcelo Justo / Desde Londres

Tomado: Página 12.com.ar

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